Juan: En busca de un hogar sin discriminación

Por Andrea Menchaca

Para Juan* el recuerdo de su primer beso también es el recuerdo del día que su familia se enteró de su homosexualidad.

Tenía 15 años y acababa de terminar la secundaria, cuando por medio de su mejor amiga, la primera en saber que era gay, conoció al chico que lo visitaría en su casa y, después de conversar, le daría su primer beso. Ahí, en la calle, justo en ese momento, su hermano mayor y su cuñada los vieron. “Le dijeron a mi mamá, se enteraron todos, se armó un escándalo. (Dijeron) que no podía ser que esté haciendo esas cosas en la calle, que no es una cosa tan común”, relata ahora, a sus 18 años.

Pese a las críticas de su familia, dentro de él cabía la seguridad de que los besos entre personas del mismo sexo no eran una ofensa. “No tiene nada de malo, miles de personas están ahí, incluso se agarran a besos, no sé qué tiene de malo”, pensó.

Su mamá le dijo que ella no tenía ningún problema con que fuera gay sino que no quería que la gente lo lastimara por serlo.

“Desde ahí fue que me decían: ‘Si vas a salir a la calle, no le digas a nadie que eres gay’, ‘no demuestres que eres gay’, ‘actúa como hombre’, disfraza tu homosexualidad, en pocas palabras”.

En ese entonces vivía en casa con sus padres, sus dos hermanos, su abuela, dos tíos, su prima, su cuñada y su sobrina bebé. En la escuela era un estudiante destacado al que le exigían mantener buenas calificaciones y en el hogar era un hijo al que le pedían realizar tareas domésticas. Cumplía todas estas expectativas, incluso haciendo labores que les correspondían a sus hermanos, pero después de saber que era gay, la única reacción familiar fue reprimirlo. “A mi hermano menor, sin buenos promedios, lo llevaban (a lugares), lo dejaban, regresaban por él, pero en mi caso no, me llevaban, me dejaban y se quedaban ahí hasta que yo saliera”, reclama.

Ya en preparatoria, Juan se empezó a cansar de la situación que vivía en casa, se hartó de esa discriminación velada. Dio prioridad a las actividades de la escuela sobre sus quehaceres domésticos, refugiándose en clases deportivas que le permitían quedarse hasta tres horas lejos de su familia: “Empecé a practicar todos esos deportes no solo por el gusto sino por no querer llegar a casa, estar tanto tiempo ahí y con la misma situación de ‘haz esto’, ‘haz el otro’”.

Juan, exusuario del Refugio Casa Frida.

A sus papás no les pareció, le pidieron que hiciera sólo un entrenamiento por día para que no se quedara tanto tiempo. Aunque él recuerda que se sentía bien, no estaba comiendo y durmiendo lo suficiente. “Me decían: ‘No quiero que vayas a bajar los promedios’. Pero los promedios seguían igual. No me sentía cansado, al contrario me sentía con más energía. Antes me sentía muy cansado porque no tenía tiempo para dedicarlo a mí, no gastaba el tiempo donde yo quería sino en lo que ellos querían”, expresa el joven de complexión delgada originario de Ciudad de México.

Cuando tenía 17 años decidió llevar a su novio a vivir a su casa. Sus padres aceptaron, sin embargo, los problemas de fondo seguían ahí. Juan simplemente dejó de cumplir con todo lo que esperaban de él, paró de cubrir las responsabilidades de sus hermanos. La situación se fue descomponiendo y terminó por ser disfuncional.

“Me salí de la casa sin avisar, a dar la vuelta con él para celebrar los cuatro meses, fuimos a ver un par de lugares a la Alameda, a la colonia Escuadrón 201, y cuando regresé a la casa fue cuando empezaron de: ‘¡¿Vas a hacer lo que quieras?!’. Yo nunca había hecho lo que quería, solamente esa vez, porque me había cansado, quería pasar un tiempo 100% a solas y de calidad con él”, cuenta Juan.

Al regresar a casa, su madre lo recibió con una cachetada. Le dijo que si iba a comportarse así, que se fuera. “Agarré una mochila que tenía preparada desde hace mucho con mis documentos, porque ya sabía que en algún momento lo iban a hacer. Ya tenía los planes de salirme para demostrarles que podía ser independiente, para dejar de sentir esa presión de que no me dejaban salir, de que tenía que conseguir el permiso por mil y un maneras, sin éxito”, relata.

Juan huyó de su casa. No buscó ayuda, no le dijo ni a su mejor amiga porque no quería que sus padres lo encontraran. Pasó un mes viviendo en la calle y se refugió en el Metro de CDMX, se la pasaba en el “putivagón” (el último vagón donde suelen reunirse hombres gay que desean ligar), pero no todo era diversión, pues al no tener un techo fijo, dormía en distintas estaciones, lo hizo en Cuatro Caminos, Observatorio, Pantitlán o en la calle. Cualquier sitio poco frecuentado por su familia era una buena opción.

“Estuve mucho tiempo (ahora) sí que como vagabundo, recogiendo migajas. Había chances en las que me encontraba dinero o la gente me daba sin yo pedir, solamente porque me veía ahí tirado, me veía mal, con eso alcancé a comer una vez al día, lo que era mi costumbre”, cuenta Juan.

Las autoridades lo encontraron. Sus padres lo estaban buscando y había una Alerta Ámber activa. Un empleado del DIF le habló sobre el Refugio Casa Frida. “Este chavo que me encontró me dice: ‘Te puedo llevar a que conozcas un lugar en caso de que tengas otra vez esa locura de salirte, que tengas a dónde llegar y no estés en la calle’”, recuerda Juan.

Regresó a casa de sus padres y comenzó a ir Casa Frida de entrada por salida. Sin embargo, esos momentos se fueron prolongando porque no quería estar en su casa, particularmente la relación con su hermano mayor empeoraba día con día, hasta que decidió quedarse de fijo en el refugio y lo aceptaron.

perrito que fue rescatado de la calle por personal del Refugio Casa Frida
Bolillo, un perrito que fue rescatado de la calle por personal del Refugio Casa Frida y luego adoptado por uno de sus empleados, reposa en un sillón de la azotea.

Con el apoyo del modelo de Casa Frida pudo conciliar la relación con su familia y evitar tantos problemas. El trato incluyó darle mayor respeto y libertad para con su homosexualidad, una condición que no es temporal, como lo creían sus padres al ser él un adolescente. Juan regresó a su casa por un mes y después se mudó con tres jóvenes, a uno de ellos lo había conocido en una página de Facebook en la que se buscan “roomies”. Actualmente, trabaja en un call center y estudia para terminar la preparatoria para poder ingresar después a la carrera de Físico Matemáticas.

“Es muy bueno que haya un lugar, un punto seguro en el que toda la comunidad LGBT se puede juntar sin discriminarse, sin pelearse, sin hacer diferencias de lo que somos. Aunque se diga que ya no existe esa discriminación, es muy complicado vivir en la sociedad siendo gay”, expresa durante una visita que hizo a Casa Frida para esta entrevista.

“Un lugar seguro para mí es un lugar en donde yo pueda estar sin que me estén discriminando, en el que yo pueda sentirme confiado de ser lo que yo quiero”.

*Se han omitido los apellidos de las personas refugiadas en Casa Frida para proteger su identidad.

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