David: Migrar y dejar atrás la homofobia, un camino para ser feliz

Por Andrea Menchaca

A David* le tomó un mes llegar a Ciudad de México, su destino final era Casa Frida, el refugio que eligió como meta al salir de Guatemala, su país de origen. Personas migrantes como él no viajan con comodidades ni por placer, en su camino enfrentó adversidades. No es sencillo llegar a una ciudad de más de 9 millones de habitantes, donde nadie le es familiar. Aún así, él emprendió el viaje.

David llegó a la ciudad capital el 15 de agosto a las 3 de la madrugada, después de un duro recorrido que inició al cruzar la frontera México-Guatemala y donde caminó Chiapas, Oaxaca y Puebla. Llevaba anotada una dirección a la que no sabía cómo llegar y le restaban solo 80 pesos en el bolsillo. Tardó un día en dar con Casa Frida, después de decenas de instrucciones y calles andadas.

“Fue un caso llegar acá porque entré por otra calle, anduve por aquí cerca casi como una hora, no había comido, tenía frío, me sentía mal, ni la cara levantaba. Hasta que empecé a caminar por aquí, vi para arriba y ahí estaba la bandera (del orgullo LGBTQ+), fue donde dije: ‘Ya llegué’ y toqué el timbre”, recuerda con alivio el guatemalteco de 30 años ahora sentado en el oficina de atención psicosocial de Casa Frida.

usuaries y visitantes del Refugio Casa Frida
David y otres usuaries y visitantes del Refugio Casa Frida realizan alebrijes con alambre y periódico.

“Me ayudaron psicológicamente, moralmente, verbalmente. Me dieron ropa, zapatos, jabón, champú, pasta dental, sábanas, comida. Me están ayudando con la logística de mi proceso (migratorio) también”.

Él está solicitando el reconocimiento de condición de refugiado en la Comisión Mexicana de Refugiados (Comar), lleva dos intentos en un año. La primera vez que lo hizo fue desde Tapachula, Chiapas, donde vive su mamá en condición de refugiada, pero a él no se lo dieron. Hoy espera que la respuesta sea positiva porque lo menos que quiere es regresar a Guatemala, en donde sufrió discriminación por su orientación sexual, tanto por parte de su familia como en su comunidad.

“En Guatemala, en la ciudad o en las provincias, está la homofobia. He sufrido bastante desde niño, desde los nueve años ya me tildaban prácticamente como gay, quizás en ese momento no fui tan amanerado o sí… y mi papá siempre estuvo dándome en la madre, como dicen acá, que ‘no quiero un hijo marica’, en su momento llegué a pensar hasta en el suicidio”, cuenta mientras se descompone la sonrisa que suele llevar en su rostro.

Recordar su infancia le produce dolor. De niño, sus tíos lo trataban de “maricón” porque jugaba con las niñas a la cocinita o a las muñecas. Él aún se cuestiona cómo la misma familia puede herir a un niño con comentarios que no entiende, por qué le critican o rechazan por ser cómo es, por jugar lo que juega, por expresarse como se expresa, un niño que en su mente no tiene el prejuicio de un adulto acerca de la orientación sexual o la identidad de género.

David creció con sus abuelos paternos, ya que su madre, quien lo tuvo siendo una niña, lo dejó bajo su cuidado. Su padre sí estaba ahí, pero siempre lo ha rechazado y, a la fecha, lo sigue presionando para que tenga mujer e hijos.

David e Ivonne platican en la cocina del Refugio Casa Frida mientras él hace la comida.

Hubo dos situaciones que lo empujaron a querer dejarlo todo para buscar un lugar seguro dónde vivir. La que lo llevó a México la primera vez ocurrió cuando se vio expuesto en una página de Facebook que es utilizada para criticar a políticos y habitantes de su localidad en Guatemala. La publicación constaba de una foto de él montando su motocicleta y un texto donde, con palabras soeces, señalaban que era gay y que andaba con hombres. David no puso denuncia, solo mandó un mensaje a esta página de Facebook. La publicación estuvo visible 24 horas antes de ser borrada, tiempo suficiente para causar un gran daño a él y a su familia, que pronto se enteró.

La segunda fue cuando tuvo una fuerte pelea con su padre. David recuerda que la noche del 9 de julio estaba cenando y su papá estando alcoholizado lo comenzó a insultar, diciéndole que en vez de estar con “maricones” debería estar con mujeres, tener hijos, haciendo comentarios sumamente hirientes hasta terminar golpeándolo en la cara. “Yo agarré mi moto, me di la vuelta y me fui a casa de un amigo”, cuenta con resentimiento.

David llamó a su mamá en Tapachula, le dijo que iba a volver a hacer la lucha para mudarse a México. Ya no quería estar en Guatemala, donde además conseguir trabajo era complicado, por la misma situación económica del país que empeoró con la pandemia. “Va uno a las empresas y: ‘reducción de personal’, ‘reducción de personal’, ‘reducción del personal’, no están contratando porque las empresas no están bien, estables”, señala David, quien antes de migrar trabajó como montacarguista.

delfin decora la azotea del Refugio Casa Frida
Un delfín de fibra de vidrio, anteriormente utilería en sets de publicidad y cine, decora la azotea del Refugio Casa Frida.

El 15 de julio salió con 800 quetzales que le dio su abuela (unos 2 mil 200 pesos mexicanos), tres prendas y un par de zapatos que le robaron en México, por lo que un tramo lo anduvo descalzo. “No aguantaba las piedras y si me paraba en las vías del tren estaban calientes por el sol, todo eso fue un caos”, recuerda. El dinero se le fue casi por completo en pagar pasajes entre ciudad y ciudad donde le era imposible seguir a pie.

Su recorrido para llegar a Ciudad de México, como el de miles de migrantes, estuvo lleno de dificultades, malas experiencias y personas abusivas, pero también de actos nobles y personas generosas que le ofrecieron comida, trabajo, dinero, ropa, apoyo y consejos que hicieron que pudiera llegar a su destino. Cuando finalmente llegó a Casa Frida, David logró sentirse bien, como en familia, en una comunidad que lo comprende. Me siento ya más tranquilo, como que ya soy yo”, dice. Es por ello que habla sobre su agradecimiento con el equipo de coordinadores, quienes se han comprometido con ayudar a las personas que están vulnerables, ya sea nacionales o extranjeras.

“De verdad para mí es algo nuevo que apoyen a gente de la misma comunidad, algo que en mi país no existe, allá más bien lo echan a uno, lo corren a uno a la calle, ‘¿Cómo haces esto en la calle?’. Para mí es algo magnífico lo que estoy viviendo”.

David tiene varios sueños en México, como conseguir empleo, ganar dinero para rentar una casa y equiparla, vivir cómodamente y, si la vida le da la oportunidad, encontrar una pareja con la que haya afecto, sinceridad y comprensión. “Le pido al Señor que todo me salga bien, que pueda regularizarme, conseguir un trabajo, trabajar y echarle ganas”.

David egresó de Casa Frida en noviembre de 2021 después de contactar a su mamá. Juntos acordaron que estaría temporalmente en CDMX pero con la opción de mudarse a Chiapas o a Hidalgo con ella. Él está trabajando en empleos informales, ya que su situación migratoria no le ha permitido conseguir un empleo formal. El equipo de coordinadores lo puso en contacto con unas abogadas que lo están apoyando en su proceso de regularización migratoria, el cual podrá durar varios meses.

*Se han omitido los apellidos de las personas refugiadas en Casa Frida para proteger su identidad.

Gigi
"¿Me pueden decir ella?"
Leo
"Un lugar seguro es donde pueda ser yo mismo"
Ivonne
Las vidas rotas, como los lentes, también se pueden reparar
Juan
En busca de un hogar sin discriminación
Cooperativa Xochiquetzalli
Construir viviendas dignas para
personas LGBTQ+