Oswaldo es un enfermero de carácter alegre, pero ha pasado momentos amargos al ver a pacientes padecer por la COVID y leer las cartas de despedida de sus familiares.

Una semana después de haber llegado a trabajar como enfermero al Hospital General de México, Oswaldo Vertíz Quezada se encontró una carta en uno de los cajones donde se guarda el material de enfermería. Era para un paciente de nombre Crisóforo.

Oswaldo tomó la carta y se quedó pensando en cómo los familiares sabían que en verdad le leían las cartas a los pacientes. Así que se acercó a la cama de Crisóforo y se grabó leyéndola. Él fue uno de los pacientes que más días estuvo hospitalizado, más de dos meses, antes de fallecer.

“Me fui afuera de la Torre Covid a buscar a sus familiares, para mostrarles la grabación. Su hija me agradeció muchísimo”.

A partir de ahí aquello se convirtió en rutina. Los familiares de los pacientes se enteraron de que un enfermero leía las cartas y empezaron a entregárselas. En un día puede juntar entre 30 o 40.

El enfermero llegó al Hospital General para la contingencia contratado de manera temporal por el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi).

Un amigo le dijo que estaban buscando personal de enfermería en la institución y Oswaldo llevó sus papeles. Eso fue un lunes. El martes estaba en el curso de capacitación y para el miércoles ya estaba trabajando en terapia intensiva de la bautizada como Torre Covid.

Oswaldo ya no pensaba trabajar como enfermero. Hace tres años acabó su servicio social en el Hospital de la Mujer. Quiso quedarse pero no le dieron el empleo. “Ahí todo es por palancas o por el sindicato”, asegura.

Se puso a dar clases de principios de enfermería en escuelas privadas, como el Colegio Cervantes, y optó por estudiar otra carrera: Derecho, de la que está a un año de graduarse, en la Universidad Latina.

“Yo pensaba ya concentrarme en eso, en ser abogado, pero cuando me dijeron del trabajo en el Hospital General, me entró la espinita. Acá me he vuelto a enamorar de algo que tenía empolvado”.

Fabiola González, otra enfermera contratada de forma temporal por el Insabi, se le unió en la tarea de recolectar las cartas y distribuirlas en los pisos para que otros compañeros ayuden con las lecturas.

El par de amigos llega al hospital un rato antes de su hora de entrada. Los familiares los esperan afuera de la Torre Covid, hasta donde llegan cada día para recibir entre 1 y 2 de la tarde los informes médicos de sus enfermos. En ese lapso aprovechan para entregar las cartas a los enfermeros.

“Había un señor, de unos 45 años, que tenía mal pronóstico. Le sugerí a la esposa que se despidiera en una carta, que aprovechara. Ella no quería. Estaba aferrada a que su esposo se iba a recuperar. Pero un día después de que hablamos y le dije que quizá debía despedirse, me entregó la carta”. Oswaldo saca su teléfono y corre la grabación donde está él leyéndola.

“Hola, mi amor, sabes algo, yo quiero que le eches ganas y te recuperes; pero si no es así, descansa. Juanito y Diego (sus hijos) van a estar bien. Siempre estarás en nuestros corazones. Trataré de hacer de ellos personas de bien. Dios está a tu lado. Descansa. Vete tranquilo. Recuerda que te amo y siempre estarás en mi corazón”.

La voz de Oswaldo se quiebra por el llanto en la grabación y cuando levanta los ojos para seguir la entrevista, que da a Animal Político en el Hospital General antes de empezar su turno, también los tiene húmedos.

“Le leí la carta como a las 8 de la noche. Salí a las 9. Me encontré a la señora afuera. Le puse la grabación para que viera que había leído la carta. Me dio las gracias y me fui a mi casa. Al día siguiente ya no los encontré. El señor murió a las 11 de la noche, me dijeron mis compañeros”.

Oswaldo termina su turno y después debe lidiar con toda esa carga emocional. “¿Sabes qué es fuerte? Que la mayoría llega a su casa y tiene alguien con quien hablar. Yo no. Yo llego y estoy solo”. Antes vivía con su novia. Pero se separaron por la Covid. Ella se fue a Guerrero con sus papás, los fue a apoyar, son personas mayores con factores de riesgo.

“Yo entré acá al trabajo y soy un peligro para ellos, para mi mamá también. Ella vive a tres departamentos del mío y solo nos saludamos por los balcones y hablamos por video llamada”.

El enfermero cuenta que tiene una hija. “Una niña de cuatro años de una relación anterior. Ahorita la veo cada quince días o cada mes. La veo pero no la abrazo. Yo voy con la N95 y ella con su cubrebocas. Estamos juntos por más o menos una hora afuera de la casa de su mamá y ya. Pero me dice que el cubrebocas y todo eso es porque yo estoy ayudando a los pacientitos que tienen el bichito”.

Para paliar la soledad de las noches, Oswaldo se entretiene en quitarse bien todo rastro del “bichito”. “Llego y me baño. Lavo mi ropa. Ceno. Y me voy a dormir”.

Oswaldo espera que después de todo esto le den un trabajo permanente en el Hospital General. “Ojalá que sí, ojalá que consideren que lo merecemos. Al menos a mí me sirvió para saber que en esto quiero trabajar, voy a combinar Derecho con Enfermería, y hasta la especialidad en urgencias me voy a aventar”.