El infectólogo David Martínez está acostumbrado a pelear con virus, pero la COVID le ha pegado en uno de los puntos donde más le duele, en sus compañeros de trinchera. Cada que uno de ellos se contagia siente miedo, sabe que él podría ser el próximo.

A David Martínez Oliva el trajín de todos los días en el Hospital GEA González le ayuda a no detenerse a pensar en la fatiga, la tristeza o el miedo a contagiarse de COVID-19. Cuando llega a su casa y puede hablar con su novia es cuando deja que todos los sentimientos fluyan. Son los pequeños momentos cuando se permite derrumbarse. 

El médico de 36 años confiesa que ha tenido miedo. “Mucho miedo. Y tal vez uno no lo hace latente, no lo hace palpable. La adrenalina de estar viendo a un paciente y a otro y a otro te ayuda. Pero cuando ves a tu colega grave, lo ves intubado, o cuando alguno está a punto de entrar a hospitalización y no sabes qué va a pasar, te detienes y dices puedo ser yo. Pero no puedes derrumbarte, ahí con él no”.

A lo largo de estos cuatro meses, 200 de sus compañeros de todas las áreas han dado positivo a COVID-19. “No es que todos se hayan contagiado aquí, como ya se ha dicho, es difícil establecer dónde se dieron los contagios: buena parte del personal labora en otras instituciones en contra turno, muchos toman transporte”.

Su horario de trabajo habitual es de lunes a viernes de 7 de la mañana a 3 de la tarde, pero también hace tiempo extra, trabajar los fines de semana, en guardias y todos los días en horas más allá de su salida normal.

El infectólogo, quien desde hace tres años se desempeña como médico adscrito en el GEA, canceló la consulta privada que solía dar en Médica Sur por las tardes, en parte por seguridad de los propios pacientes, para no ponerlos en riesgo de contagio si es que él resulta afectado, pero también para poder ayudar en la atención de la epidemia en este hospital público.

Estas manos no se pueden derrumbar

David Martínez cuenta que uno de sus momentos más frágiles, así dice, “frágiles”, en estos cuatro meses ya frente a la COVID-19 fue cuando se infectaron nueve residentes del área de urgencias y uno, un médico joven, de 29 años, se complicó.

Fue David quien debió darle la noticia de que quizá debía ingresarse. “Estaba yo platicando con él, le faltaba mucho la respiración, su oxigenación estaba por debajo de 90 y yo le decía es probable que te tengas que hospitalizar si no respondes a este tratamiento. Él está casado y tiene una niña. Llorando me dijo: ‘David, tengo mucho miedo’”.

“En el momento que un colega en el frente de batalla te externa ese miedo, tú sientes tu propio miedo, pero no debes demostrarlo, no puedes demostrar debilidad, hay que decirle que vamos a hacer todo el esfuerzo del mundo, que no vamos a escatimar, que nos tenga confianza”.

Con varios otros compañeros hospitalizados aquí en el GEA y también en el hospital de expansión habilitado en el Citi Banamex, y la carga diaria de consultas, David hizo lo que hace siempre en estos días, dejó que la adrenalina de ir de un paciente a otro le silenciara el miedo y la tristeza.

Pero después ya en la noche, en casa, con su novia, también infectóloga, no hubo más que ocultar. “No pude evitar quebrarme, sacar esa impotencia de todo lo que había pasado en la semana, en los días. Le dije fulano se quebró conmigo y creo que un pedazo de mí se quebró con él. Lo tuve que reconfortar pero en el fondo yo también tengo miedo por ti, por mi familia, por tu familia, por mí, por toda la gente que quiero”.

Su novia, relata, lo dejó hablar, lo escuchó. Después le dijo que ellos, los médicos, están en estas crisis para ayudar a todos y con más razón a los compañeros.

“Ten la certeza de que si a ti te llegara a pasar, vas a tener todas esas manos, de tus compañeros, encima de ti, al lado de ti, así como tú lo estás haciendo ahora, alguien más lo va a hacer por ti, esa es tu fortaleza; eso fue lo que dijo, y es verdad, esa es mi fortaleza”.

“Hay que seguir, esta epidemia va a seguir, la gente va a seguir enfermando y no se puede bajar la guardia. Y claro, hay muchas cosas buenas también, el compañero residente se recuperó, todo salió bien, ya está de nuevo en la trinchera ahí en urgencias”.

David señala que hay momentos en que él y sus compañeros están muy cansados, y agobiados, “pega por todos lados porque tampoco es que el día que tienes libre te puedas ir a la montaña, al río, a la playa, pero tenemos el apoyo de nuestros seres queridos, del equipo de trabajo, eso es fundamental”.

Para descansar un poco más se organizaron para cubrirse y tener dos días de descanso a la semana.

En los ratos de descanso, y cuando puede empatarlos con los de su novia, la pareja hace ejercicio en casa, pasean al perro, único momento en el que se permiten salir además de cuando van al trabajo, y cocinan. “Es un espacio que nos damos para compartir y que disfrutamos mucho, hasta en eso nos compaginamos, a ella le gusta la cocina mediterránea y a mí la mexicana, así que intercalamos”. 

Mayor fuerza frente al enemigo


El infectólogo dice que otra cosa que le da más calma es que ahora ya se sienten con más confianza frente al virus. “Acá hemos atendido ya cerca de 1,500 consultas de sospechosos y confirmados de COVID, hace 1,500 consultas, hace cuatro meses, lo que desconocíamos del SARS-CoV2 era mayor. Era difícil ver a un paciente y tener que decidir qué hacer porque no lo sabíamos, no teníamos certeza de nada, ahora tenemos más claro que se tiene que hacer y la frustración baja”.

Lo otro que había empezado a reconfortar al médico, pero que ya se está esfumando, es que el número de pacientes había bajado.

Para finales de mayo y principios de junio, el número de personas buscando atención por COVID disminuyó, David dice que eso fue en parte porque se abrieron más lugares, como los centros de salud, donde podían atender a los casos leves y ya solo los graves llevaban a los hospitales.


“Ya habíamos llegamos a tener 15 o 20 consultas diarias, la mayoría casos graves, pero ya eran menos, y del viernes 3 de julio para acá ya empezó a subir otra vez, ya fueron 30 o 40”.

“Si alguien es medianamente consciente debe saber que no va a haber normalidad por lo menos lo que resta de este año. No puede haber reuniones, fiestas, mítines, pero el mexicano es muy desobediente”.

En semáforo naranja, con la llegada de pacientes COVID otra vez en aumento y ya con la fatiga acumulada, David confiesa cuál es su último pensamiento del día, cuando el cansancio no lo hace simplemente cerrar los ojos y dejar a medias la página de un libro o el capítulo de la serie Dark que trata de ver por las noches.

“Cuando la gente llega a consulta y está contagiada y me dicen que estuvieron en una reunión familiar o social o algo así, eso me causa mucha frustración y sí les llamo la atención, los regaño, así que mi último pensamiento del día es que ojalá descanse y que amanezca relajado, porque aunque la gente lo haya hecho mal, no tiene la culpa de esto, no tiene la culpa de la llegada de una enfermedad tan grave”.