José Jesús Pérez Castro camina sobre la orilla de la parcela de caña de azúcar ya quemada, lista para ser cortada. Mayo está por terminar. No hay árboles que den sombra para menguar el calor que sobrepasa los 30 grados centígrados. El orgulloso productor de caña lleva sombrero, gafas oscuras y una impecable playera gris tipo polo. Pide a tres cortadores posar para la fotografía; ellos, cubiertos de tizne y con miradas de desconcierto, acceden.
El campo de cultivo de Pérez Castro se encuentra en Sergio Butrón Casas, uno de los 15 ejidos que integran la llamada “zona cañera”, un territorio localizado al sur de Quintana Roo, a lo largo de la ribera del Río Hondo, justo en la frontera con Belice.
Pérez Castro, como todos los que siembran caña en esta zona, vende toda su producción al ingenio azucarero que funciona en la región desde 1978. En el cañaveral, al que no se le ve fin, el productor remarca con entusiasmo que en esta región se ha sembrado caña desde hace más de 40 años. Y es cierto.
En estas tierras que hoy forman parte del municipio de Othón P. Blanco, considerado desde hace tiempo como uno de los puntos críticos cuando se habla de pérdida forestal, se refleja el resultado de décadas de políticas gubernamentales que han privilegiado a la agricultura y a la ganadería por encima de selvas y bosques.
Desmonte como política de gobierno
Para entender cómo la caña se enraizó en el municipio de Othón P. Blanco es necesario repasar parte de la historia reciente de este territorio.
En la década de los setenta, durante la presidencia de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), en la zona sur de Quintana Roo comenzaron a establecerse migrantes de otros estados del país. El gobierno les prometió entonces que si llegaban a poblar esas regiones dominadas por la selva, les entregaría tierras.
“A cada ejidatario nos dieron 10 hectáreas (para sembrar) y dos hectáreas para ganadería. Fueron 3 mil hectáreas las que se tumbaron para cultivar. Primero se sembró arroz. Ahora, la mayoría es pura caña”, cuenta el ejidatario Carmelo García, quien nació en 1947 en Veracruz y llegó a la zona que hoy ocupa el ejido Sacxan en enero de 1975.
La política que llevó a poblar territorios como el sur de Quintana Roo llegó acompañada del Programa Nacional de Desmontes (PRONADE) que, entre 1972 y 1983, impulsó la tala de selvas para transformarlas en pastizales para el ganado y en campos para la agricultura mecanizada.
Fue en este contexto en el que se crearon los 15 ejidos que hoy integran la zona cañera de Quintana Roo. También fue en esos años cuando el gobierno federal construyó el Ingenio Álvaro Obregón, que en 1988 se privatizó y rebautizó como Ingenio San Rafael Pucté. Fue así que desde finales de los setenta, pero sobre todo durante la década de los ochenta, el cultivo del arroz, chile habanero, maíz y después el de caña propiciaron que grandes extensiones de la selva maya del sur de Quintana Roo se convirtieran en campos de cultivo. En la actualidad esa transformación tiene otro ritmo.
“Ya no se dan estos grandes cambios de uso de suelo (por el cultivo de caña), pero sí hay lo que llamo ‘deforestación hormiga’. Cada cañero desmonta media hectárea, una hectárea, dos hectáreas, pero si sumas lo que hacen 200 cañeros, hay un impacto que no se reporta”, explica Pedro Antonio Macario Mendoza, investigador sobre dinámicas forestales del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
El cambio de selva por cañaverales se ha ido extendiendo poco a poco fuera de lo que tradicionalmente se consideraba la zona cañera. Una muestra de ello es lo que sucedió en Laguna Om. En las tierras forestales de este ejido, personas que se presentaron como representantes de la compañía que opera el ingenio San Rafael Pucté, el gigante azucarero Beta San Miguel, desmontaron alrededor de 2 mil hectáreas de selva baja en el año 2009.
Expansión de cañaverales al sur de Quintana Roo.
Llegar, comprar y desmontar
El ejido Laguna Om, colindante con los límites del estado de Campeche, es un bastión para la conservación de la selva maya al tener 35,000 hectáreas de selva baja y mediana certificadas como Área Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC) desde 2019. Además, el ejido es pionero a nivel regional en la venta de bonos de carbono, con los cuales se busca compensar económicamente a la población que conserva intactas sus tierras. Con todo ello, Laguna Om también es uno de los principales focos rojos de deforestación en Quintana Roo.
Entre el 2001 y 2021, este ejido se quedó sin 9,357 hectáreas de cobertura arbórea, de acuerdo con un análisis realizado por Global Forest Watch (GFW) y el World Resources Institute (WRI-México), compartido con Mongabay Latam para este proyecto periodístico. El ejido registró una mayor pérdida forestal en los años 2009 y 2017.
Fue justo en 2009 cuando ejidatarios de Laguna Om y personas que se presentaron como representantes de Grupo Beta San Miguel protagonizaron un conflicto por el desmonte de 2,000 hectáreas de selva con el objetivo de sembrar caña.
Macario Mendoza, además de ser investigador de Ecosur, es ejidatario de Laguna Om. Él recuerda que los intentos por adquirir tierras ejidales para la siembra de caña se dieron desde 2003. En ese entonces, no se llegó a un acuerdo, pues la oferta que recibió el ejido fue de 1,600 pesos por hectárea (152 dólares, de acuerdo con el tipo de cambio de ese año).
En 2008, el entonces comisario ejidal Gualberto Caamal Ku negoció con las personas que dijeron representar al Grupo Beta San Miguel. La propuesta de pago incrementó a 10 mil pesos por hectárea (925 dólares). Así fue como, en la asamblea, la mayoría de los ejidatarios votaron a favor de la venta de alrededor de 2,000 hectáreas.
Para concretar esta transacción, se vendieron derechos ejidales a cinco personas que se presentaron como parte de Beta San Miguel, confirmó en entrevista Caamal Ku, quien en la actualidad es, nuevamente, comisario ejidal.
El artículo 64 de la Ley Agraria indica que las tierras ejidales son inalienables, es decir, que no pueden ser compradas ni vendidas como propiedad privada. Sin embargo, lo que sí permite la ley es que los ejidatarios puedan vender sus derechos ejidales, pero sólo a otros ejidatarios o avecindados, es decir a personas que han residido en el ejido por más de un año.
Los representantes de la compañía azucarera nunca fueron avecindados. Las personas de la comunidad no saben quiénes son. “Aquí no los conocemos, nunca los hemos visto, todo se hizo a través de sus abogados”, comenta un ejidatario de Laguna Om que, por temor a represalias, solicita no hacer pública su identidad.
Aún así, ignorando lo que marca la ley agraria, la venta de tierras ejidales se realizó. “Compraron los derechos de compañeros (ejidatarios). Se hizo saber a la asamblea, la asamblea aceptó y ellos hicieron el pago”, argumenta Camaal Ku.
Una vez cerrado el trato, los compradores de las tierras metieron maquinaria al terreno e hicieron quemas controladas para habilitar el área para el cultivo de caña. Varias personas de la comunidad, entre ellos algunos ejidatarios, no estuvieron de acuerdo con la venta irregular de las tierras ni con el desmonte, asegura Macario Mendoza.
A esto se sumó que el desmonte del terreno se realizó sin contar con una autorización de cambio de uso de suelo forestal, un permiso que se debe solicitar a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Talar sin esa autorización es considerado un delito.
Territorio desmontado en Laguna Om en 2009.
El 15 de abril de 2009, once personas ligadas al ingenio fueron detenidas, pero días después quedaron libres, según aseguran ejidatarios. Miembros de la asamblea ejidal tuvieron que realizar gestiones ante los gobiernos federal y estatal para sortear la multa que la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) impusó al ejido Laguna Om por el cambio ilegal de uso de suelo forestal.
Los ejidatarios consultados aseguran que los terrenos que se dejaron sin selva fueron utilizados por la empresa para sembrar caña por un tiempo. Hoy se encuentran en desuso.
En su página de internet, la empresa Proal Productora de Alimentos S.A de C.V., filial del Ingenio San Rafael Pucté, informa que en Laguna Om tiene, además, otros dos ranchos productores de azúcar: El Corozal y Las Mil. Estos se encuentran en terrenos en donde antes se sembraba arroz, asegura el actual comisario del ejido. Además, la empresa tiene el rancho El Aric, ubicado en terrenos del ejido Sabidos, en la zona cañera.
Para conocer la versión de los representantes del ingenio sobre las 2,000 hectáreas desmontadas en el ejido de Laguna Om, Mongabay Latam buscó contactar a algún representante del Grupo Beta San Miguel o de Proal por distintos medios, pero no se tuvo respuesta. En sus oficinas en la Ciudad de México, en la recepción informaron que todo el personal trabajaba desde su casa, por lo que no había nadie para atender la solicitud de entrevista.
Cañaverales que se extienden
En la región cañera del sur de Quintana Roo, durante el período de macollaje (etapa de crecimiento de la caña), el verde de la planta recubre las tierras que en el pasado albergaron cedros, caobas, ceibas o chicozapotes.
En el municipio de Othón P. Blanco, la producción de caña se ha ido incrementando con el paso del tiempo: si en el 2010 se sembraron 21,784 hectáreas, en 2021 la superficie fue de 33,114 hectáreas, de acuerdo con datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP) . En 2022 se destinaron 36,000 hectáreas a este cultivo, de acuerdo con Evaristo Gómez Díaz, representante de la Unión Local de Productores de Caña de Azúcar.
En el documento titulado Análisis de los procesos de Deforestación en Quintana Roo entre 2003-2018 , realizado por el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS), el Centro de Investigación en Ciencias de la Información Geoespacial (CentroGeo) y editado por la Comisión Nacional Forestal (Conafor), se apunta que el crecimiento de la superficie cultivada de caña de azúcar en el estado ha sido incentivado por el incremento en los precios de la caña de azúcar.
“Lamentablemente, los precios altos incitan a deforestar más”, remarca el doctor Edward Ellis, del Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana y quien desde hace más de una década ha estudiado los procesos de pérdida y degradación de la cobertura forestal en la Península de Yucatán.
Productores como José Jesús Pérez Castro, así como ejidatarios de Othón P. Blanco e incluso exfuncionarios de dependencias ambientales en la entidad, aseguran que no se ha deforestado la selva para extender los cultivos de caña en la región. Ellos atribuyen el aumento de la superficie sembrada con caña a la reconversión de parcelas que ya se usaban para cultivar arroz, maíz y frijol.
Análisis de imágenes satelitales realizados para este proyecto periodístico muestran que, en efecto, buena parte de las zonas de cañaverales tienen en la región varias décadas, pero también es posible corroborar lo que el doctor Macario Mendoza denomina “deforestación hormiga”: espacios de la selva pierden terreno en forma lenta y discreta, mientras los cultivos de caña ganan espacio.
El análisis de GFW y el WRI-México muestra que desde 2010 se han perdido 33,259 hectáreas de cobertura arbórea en los 15 ejidos que integran la zona cañera. En todo el municipio de Othón P. Blanco, desde 2010, se calcula que 75,364 hectáreas se quedaron sin cobertura arbórea, lo que equivale a 109 veces la superficie del bosque de Chapultepec, localizado en la Ciudad de México.
En este municipio, los años más críticos para la selva han sido 2017, cuando 13,122 hectáreas se quedaron sin cobertura arbórea, así como 2019 y 2020, con una pérdida de 9 mil hectáreas cada año.
En Othón P. Blanco, según el Análisis de los procesos de Deforestación en Quintana Roo entre 2003-2018 , los mayores cambios de uso de suelo forestal fueron originados por el impulso que el ingenio azucarero e instituciones gubernamentales realizaron a “la siembra de la caña de azúcar y la producción de ganado”.
Un ingenio que traza la vida de una región
Desde lejos se pueden ver grandes fumarolas que salen de las instalaciones del ingenio San Rafael Pucté. De cerca, el humo resulta molesto para los pulmones que no están acostumbrados.
En el sur de Quintana Roo, la vida gira en torno a la caña y a la presencia del ingenio azucarero que el gobierno federal construyó a principios de los setenta, en terrenos que se expropiaron a los ejidos Álvaro Obregón y Pucté, a 65 kilómetros de la ciudad de Chetumal.
En noviembre de 1988, aprovechando el proceso de privatización que caracterizó al sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), el Grupo Beta San Miguel adquirió cuatro ingenios, uno de ellos, el de Quintana Roo, al cual nombró como San Rafael de Pucté. Hoy la compañía tiene un total de once ingenios y es el principal fabricante de azúcar en México.
El ingenio San Rafael de Pucté compra toda la cosecha que se produce en el municipio de Othón P. Blanco y en Bacalar. De acuerdo con información de la compañía, recibe materia prima de más de 2,800 cañeros y emplea a cerca de 400 personas en su planta. La producción de caña genera alrededor de 30,000 empleos directos e indirectos en la región sur de Quintana Roo, de acuerdo con datos del gobierno estatal.
En temporada de zafra, el ingenio opera todos los días, incluso sábado y domingo. En sus instalaciones se tritura la caña y se muele para obtener el jugo que es almacenado, filtrado de impurezas y evaporado a muy altas temperaturas para que cristalice y se materialice en granos de azúcar.
Durante el ciclo azucarero 2021 al 30 de julio de 2022, el ingenio tuvo una molienda de 1,774,069 toneladas de caña y una producción de 183,692 toneladas de azúcar, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader). Su rendimiento fue de 54.30 toneladas por hectárea, muy bajo si se compara con las 105 o 95 y 80 toneladas por hectárea que registran ingenios de Puebla, Jalisco o Chiapas.
Los acuerdos económicos entre los productores y el ingenio ocurren bajo el modelo de “agricultura por contrato”; es decir, ambas partes establecen la superficie a sembrar y el tonelaje de caña que los productores deben entregar.
Los productores firman su contrato a través de una de las dos organizaciones gremiales que existen en la región: la Unión Local de Productores de Caña de Azúcar (ULPCA) y la Asociación de Productores de Caña de Azúcar de la Ribera del Río Hondo.
El ingenio, además, también otorga financiamiento a los productores para que realicen la siembra. Esto es a través de la financiera Unagra S.A de C.V. La empresa otorga créditos a los productores, entre otras cosas, para el pago de los cortadores y para financiar el “paquete tecnológico”, es decir, las semillas genéticamente mejoradas, sistemas de riego, fertilizantes y maquinaría.
Las ganancias de un productor de caña dependen de cuántas hectáreas siembre y de la productividad de sus parcelas, explica Martín Barajas, exsecretario del Sindicato de Cañeros de Quintana Roo. También depende de los descuentos que le realice el ingenio: “Cuando usted entrega su caña —explica el productor Carmelo García— el ingenio le hace cuentas y le cobra lo que le dio, con los intereses, y le paga el resto”.
Bacalar: territorio que hoy pierde selva
El estado de Quintana Roo destaca en los mapas nacionales por su cobertura forestal: cerca del 78% de su territorio estaba cubierto por selva en 2016, de acuerdo con los datos públicos más actualizados del Sistema Nacional de Monitoreo Forestal. El estado también sobresale por ser una de las entidades del país con una alta y acelerada pérdida de bosque.
Entre 2003 y 2018, Quintana Roo tuvo una pérdida de 194,006 hectáreas de selvas, superficie que equivale a cuatro veces el territorio que tiene la isla de Cozumel. El 45.6% de esa área (88,576 hectáreas) se transformó en terrenos agrícolas, de acuerdo con el Análisis de los procesos de deforestación en el estado, editado por la Conafor.
Entre 2010 y 2021, tan sólo el municipio de Bacalar perdió 84,727 hectáreas de cobertura arbórea, de acuerdo con los análisis realizados por GFW y WRI-México.
En el documento Análisis de los Procesos de Deforestación en Quintana Roo, editado por la Conafor, se señala a la actividad agrícola como la principal causa de cambio de uso de suelo en Bacalar.
La historia de la agroindustria en Bacalar es reciente. Antes de 2013, este municipio no aparecía en los reportes del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP). Es hasta ese año cuando reporta tener 17,574 hectáreas sembradas, principalmente con maíz (12,660 hectáreas) y soya (2101.50), cultivos que hasta 2021 han sido los predominantes en ese territorio en donde la caña también ya comenzó a tener una discreta presencia.
La existencia de cañaverales en Bacalar se registró, en forma oficial, a partir de 2018. Ese año se sembraron 1,160 hectáreas. En 2021, esa superficie disminuyó a 900 hectáreas.
El impulso de la caña en Bacalar está asociado con el apoyo que hizo la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (entonces Sagarpa) al cultivo. En un comunicado de la dependencia del 23 de octubre de 2018, se informó que a través del Programa de Fomento Agrícola iba a facilitar la adquisición de maquinaria, sistemas de riego y paquetes tecnológicos.
En Bacalar, los beneficiados de este programa fueron los ejidos San Román y Blanca Flor (La Buena Fé). Por cada 44 hectáreas se entregó un apoyo de 748,000 pesos (alrededor de 37 mil dólares de ese entonces).
Debilitar a un ecosistema
El investigador Macario Mendoza forma parte del Consejo Estatal Forestal de Quintana Roo desde 1990, como representante de Ecosur. Al interior de ese consejo, comenta, en distintos momentos se ha intentado transformar algunas tierras de la selva baja en zonas agrícolas.
Hace aproximadamente 14 años, recuerda Mendoza, representantes de los productores de caña buscaron una opinión favorable del Consejo para el desmonte de 5 mil hectáreas de selva para extender la zona de producción cañera. Uno de los solicitantes representaba a la Confederación Nacional de Productores Rurales (CNPR) y otro a la Unión Local de Productores de Caña de Azúcar. Sin embargo, la petición fue denegada.
El investigador de Ecosur explica que las selvas bajas, que tienen como máximo 15 metros de altura, albergan una gran riqueza de biodiversidad. “Son las mejor conservadas de Quintana Roo y de la Península de Yucatán, porque son selvas inundadas, es difícil que los incendios progresen porque no hay hojarasca que se queme, tampoco los huracanes les hacen tanto daño porque son selvas chaparritas. Ahora, esas selvas interesan mucho para los cultivos, precisamente porque están inundadas y los cultivos requieren de mucha agua”
Los árboles no son lo único que se pierde. Las selvas medianas y bajas de Quintana Roo constituyen ecosistemas complejos. La publicación Riqueza Biológica de Quintana Roo: un análisis para su conservación , editada en 2011 por Ecosur y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), reconoce que el proceso de deforestación en la ribera del Río Hondo para los plantíos de caña ha provocado impactos en la fauna local, debido a la pérdida de hábitat. Además, la continuidad de la vegetación natural se pierde casi por completo en una franja que mide en promedio 12 kilómetros de ancho por 45 de kilómetros de largo.
En ese estudio destaca que “esta pérdida de conectividad de la vegetación ha ocasionado que estén desapareciendo las poblaciones de especies de mamíferos en riesgo que antes se encontraban ampliamente distribuidas en la zona, como el tapir, mono araña, mono aullador negro, mico de noche y jabalí de labios blancos”.
Un bosque degradado pierde su biodiversidad, pero también su capacidad de retener el carbono y otorgar servicios ambientales, alerta el investigador Edward Ellis. El especialista ofrece un dato en el que poco se repara cuando se tumba una zona forestal: la recuperación de un bosque tropical maduro puede tardar hasta 70 años.
Además de la degradación, los monocultivos también propician el uso intensivo de agroquímicos.
Eutimio Eúan es productor de caña desde hace 24 años. Antes sembraba maíz, pero como “no se siguió dando”, decidió cambiar de cultivo. “La caña sí deja”, dice. Y como prueba cuenta que a él le ha permitido tener casa propia, instalar una tienda y darle estudios a sus hijos.
Para el productor de caña, los problemas ambientales que existen en la región sur de Quintana Roo están más relacionados con el uso de los agroquímicos que con el desmonte. “Tuvimos un problema —cuenta— porque se fumigaba con herbicidas no adecuados que dañan la tierra; todo eso, decían, iba a los arroyos, a los mantos freáticos, que sí dañaba el ambiente”. El agroquímico del que habla el productor es el glifosato, herbicida de amplio espectro, considerado como posible cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En la región cañera aseguran que el glifosato ya no se aplica, pero sí se usan otros agroquímicos. Incluso, Eutimio Eúan es de los productores que ya utilizan drones equipados con tanques para fumigar y fertilizar sus cañaverales.
El ingenio también es el que provee fertilizantes y plaguicidas a los productores.
En su tesis Metales pesados en suelos y sedimentos de la zona cañera del sur de Quintana Roo, elaborada en 2016, Gibran Eduardo Tun Canto documentó la presencia de mercurio, plomo, cobre y hierro en los suelos de las parcelas de caña. “El Río Hondo, que desemboca en la porción sur de la Bahía de Chetumal, podría estar transportando los residuos de la zona cañera, cambiando la calidad de los cuerpos de agua de la cuenca y poniendo en riesgo la fauna acuática y la salud humana”, se lee en el trabajo académico.
Territorio marcado por la caña
Los hombres cubiertos de tizne y mirada de desconcierto que acceden a tomarse una fotografía junto al productor de caña José Jesús Pérez Castro se ganan la vida cortando caña. Como la mayoría de los cortadores, son migrantes de Chiapas, Tabasco, Campeche o Veracruz. Cuando termina la zafra, la mayoría de ellos regresan a sus lugares de origen.
En esta región del sur de Quintana Roo, los migrantes y sus familias que llegan para la temporada de zafra viven en galeras o cuarterías: campamentos conformados por pequeños cuartos con techos de láminas, en donde un pequeño ventilador poco puede hacer para refrescar el aire. A lo largo de la Ribera del Río Hondo hay alrededor de una decena de esas galeras.
El productor Jesús Pérez Castro describe estos campamentos como sitios “habitables para que (los cortadores) vivan como una familia, como si estuvieran en sus casas”.
En una de las galeras, en la comunidad de Sergio Butrón Casas, Roberto trata de descansar tumbado en una hamaca. Tiene 25 años, es originario de Campeche y migrante. Sus padres le heredaron el oficio de cortador de caña.
Es domingo, el único día de descanso de Roberto, quien pide que así se le llame. Las seis jornadas anteriores, con machete en mano, se dedicó a cortar caña desde el amanecer hasta que el sol anunciaba su partida, a temperaturas que iban más allá de los 30 grados.
“Como a las 4:00 de la mañana se alista uno; tienes que hacer lonche, pasa el carro, te vas al corte y el cabo te empieza a dar tu pegada”. Así es como le dicen a los tramos de seis surcos en donde habrá de cortar la caña, con uno de los tres machetes que le proporciona gratuitamente el Ingenio San Rafael de Pucté o con alguno que tuvo que comprar, porque los que les obsequian no alcanzan para la temporada.
Los hombres terminan con la piel tiznada por el humo de las quemas y con las manos llenas de callos. La caña, dice Roberto, se debe cortar al ras, porque el dulce se encuentra en el tronco. “El pago depende de lo que tú hagas. Yo saco hasta 500 a 600 pesos al día (alrededor de 30 dólares); los que no cortan mucho se vienen sacando 100 a 150 pesos (no más de ocho dólares) al día”, indica.
Los cortadores de la caña son contratados por el ingenio. Una queja común que tienen es que no cuentan con seguridad social. Los productores aseguran que cuando reciben el pago por la caña que entregan al ingenio, entre las varias cosas que les descuenta está una suma de 40 pesos por cada cortador que utilizan en sus campos.
Roberto espera que termine la zafra para migrar. Su plan es viajar al norte, intentar cruzar el río Bravo y llegar a California, Estados Unidos. A diferencia de los migrantes que llegaron a esta región en los años sesenta y setenta, o de los menonitas que compran grandes extensiones de terrenos, él no tiene muchas oportunidades de hacerse de tierra y transformarse en productor.
En esta región del sur de Quintana Roo, los monocultivos de caña determinan el presente y futuro de la gente.
Cuando se observa este territorio desde arriba, auxiliándose de un dron o con imágenes satelitales, es posible mirar que pese al dominio de los cañaverales, la selva aún crece en ciertas zonas que parecen islas; en algunas áreas es una especie de muralla que protege zonas arqueológicas y cenotes.
Cuando se recorre la región por tierra, los campos habitados por los delgados troncos de la caña, de un mismo tamaño y tonos similares, contrastan con los árboles que no dejan pasar los rayos del sol, enredaderas, plantas a ras de suelo, insectos, aves y mamíferos que dan identidad a esa selva que todavía es posible encontrar al sur de Quintana Roo.