Lo presume sin modestia. Apenas la plática lo permite, el hombre lanza la frase: “Gracias a la palma de aceite traigo dinero en mi bolsa”. Sus 11 hectáreas sembradas, con 145 plantas en cada una, le dan buenos rendimientos, dice. Si no tuviera su plantación de palmas, insiste, “me estaría muriendo de hambre”.
El hombre es palmicultor y comerciante en el municipio de Palenque, en Chiapas, al sureste de México. La actividad que realiza, en teoría, no tendría que ponerlo en riesgo, pero él insiste en que se resguarde su identidad para no tener problemas con quienes ahora están comprando y rentando tierras en los ejidos del estado para sembrar palma. Por ello le llamaremos Alejandro.
Tiene 55 años y se considera un conocedor de las palmas de aceite: de memoria sabe que cuando se siembran tienen unos 50 centímetros de altura, que en dos años y medio alcanzan los dos metros, que a los tres años inicia la cosecha del fruto —“la pelotita”, como él le llama—, que su periodo de vida productiva es de unos 20 años porque pueden llegar a ser tan altas que ya es muy difícil cortarlas. Lo repite todo sin pausa, como una letanía.
Las palmas nativas de África (Elaeis guineensis) llegaron al territorio mexicano desde mediados del siglo XX. En ese momento pasaron casi desapercibidas. El entusiasmo por sembrarlas surgió varias décadas después. No fue algo espontáneo. A partir de los noventa, pero sobre todo ya en el siglo XXI, varios programas gubernamentales colocaron a la palma aceitera como un cultivo lleno de virtudes, por lo que fomentaron su siembra en el sureste de México, en especial en los estados de Chiapas y Campeche.
El impulso gubernamental para sembrar palma se realizó con mayor ahínco en las tierras que están alrededor de la Lacandona, región en donde se encuentra una de las selvas altas más importantes del país. También se hizo, incluso, en comunidades que están dentro de áreas naturales protegidas y que albergan reservas de manglares.
En México son muy pocos los estudios sobre la pérdida forestal que ha sufrido el país por la expansión de la palma de aceite. Incluso, el tema resulta polémico entre investigadores, productores y funcionarios. La mayoría de las voces insisten en que este monocultivo no es un motor directo de la deforestación en la región, sobre todo porque la mayoría de las plantaciones se instalaron en terrenos que se usaban para ganadería o agricultura.
Sin embargo, una reciente investigación, publicada en mayo de 2021 por el Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano, ofrece datos que muestran cómo la palma de aceite sí le ha ganado terrenos a bosques, selvas y manglares.
A partir de análisis cartográficos y de imágenes satelitales, los autores del estudio Cultivo de palma de aceite en México, coordinado por Cristina de la Vega-Leinert y Daniel Sandoval, determinaron que entre 2014 y 2019 se perdieron al menos 5,400 hectáreas de bosques y selvas por la expansión de la palma. Esto con base en un muestreo nacional de 62,057 hectáreas con cultivos de palma de aceite. Las zonas deforestadas se localizan principalmente en el municipio de Benemérito de las Américas y en la región de Palenque, en Chiapas, pero también en los estados de Campeche, Veracruz y Tabasco.
En los municipios de Benemérito de las Américas, Marqués de Comillas, Palenque y Salto de Agua, en Chiapas, los autores detectaron que se perdió selva alta. En el estado de Veracruz, se deforestó bosque de encino en los municipios de Soteapan y Soconusco.
Los autores del estudio aclaran que las zonas deforestadas que identificaron sólo corresponden al periodo de 2014 a 2019, por lo que los datos no reflejan la pérdida de cobertura forestal relacionada con plantaciones establecidas antes del 2014.
“Sí hay deforestación vinculada con la palma, lo que varias generaciones de programas palmeros han negado. Siempre se ha presentado el discurso de la palma que se extiende en tierras ociosas, en tierras marginadas, en potreros de ganados, etcétera. Uno de los logros de esta cartografía es decir que no solamente se expande este cultivo en estas áreas, sí está reemplazando bosque”, dice Cristina de la Vega-Leinert, investigadora de la Universidad de Greifswald, en Alemania y que forma parte de la Red de Estudios Sociales sobre el Medio Ambiente (RESMA).
Los investigadores prevén que, en una actualización de datos que está en marcha, la cifra del área deforestada crezca hasta representar cerca de un 10% del total del área monitoreada. “La palma se está expandiendo mucho más rápido ahora —apunta la doctora en geoecología cuaternaria— y se está expandiendo en zonas boscosas de una manera más rápida que en décadas pasadas”.
Palmas que se mecen al ritmo del mercado
El aceite de palma es un ingrediente presente en muchos productos industriales: champús, detergentes, helados, chocolates, galletas, margarinas, cosméticos, velas y artículos de limpieza, por sólo mencionar algunos. También se utiliza, en menor medida, como agrocombustible.
Organizaciones como WWF y Ethical consumer calculan que el 50% de los productos de consumo común lo contienen, aunque no siempre se puede identificar su presencia, porque no se le etiqueta en forma clara: las empresas usan términos como aceite vegetal, grasa vegetal, semilla de palma, aceite de semilla de palma o palmitato.
En promedio, cada persona consume ocho kilos de aceite de palma cada año, de acuerdo con una estimación de la agencia informativa Bloomberg. Esto lo coloca como el aceite vegetal más consumido en el planeta.
En la década de los noventa el auge del aceite de palma se desató en diferentes industrias, sobre todo porque se encontró que es más versátil y eficiente que la soya o la canola. “Es la oleaginosa con mayor productividad por hectárea en relación con cualquier otra planta”, resalta Jorge Coronel, gerente de sustentabilidad de la empresa Oleopalma, que opera en Chiapas y se dedica al cultivo, producción, procesamiento y comercialización del aceite de palma.
Fue en la década de los ochenta cuando la siembra de la palma de aceite comenzó a expandirse con fuerza por varias regiones tropicales del planeta, en especial en Asia. Hoy Indonesia y Malasia son los principales productores; también son los países en donde científicos y organizaciones ambientalistas han denunciado desde hace años que la expansión de este monocultivo ha provocado la pérdida de grandes extensiones de bosques tropicales.
En México, el impulso a la palma de aceite ha tenido varios momentos. Si bien desde el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000) existieron programas para alentar su siembra, fue durante la administración de Felipe Calderón (2006-2012) cuando se acentuó el entusiasmo gubernamental por este monocultivo.
Entre 2017 y 2018, ya en el sexenio de Enrique Peña Nieto, la Secretaría de Agricultura federal entregó a 1,114 beneficiarios de todo el país —700 de Chiapas— estímulos a la producción de palma aceitera por casi 61 millones de pesos (más de 3 millones de dólares), de acuerdo con una respuesta a una solicitud de información.
Los datos muestran el resultado de ese afán gubernamental por alentar la siembra de palmas de aceite: si en el año 2000 había 16,754 hectáreas con estos plantíos, para el 2012 los números nacionales aumentaron a 61 mil. Las cifras disponibles del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), que para palma de aceite sólo tienen cifras hasta el 2019, muestran que en ese año en el país había 108,690 hectáreas habitadas con estas palmas que se distinguen por el rojo de sus frutos.
Echar raíz en territorio de selva
Alejandro se reconoce como un palmero original, uno de los primeros en apostar por la siembra de palma aceitera en el municipio de Palenque, en Chiapas. Él entró al negocio en 1998, cuando trabajadores del estado —entonces gobernado por el priísta Roberto Albores Guillén— realizaron una fuerte campaña para convencer a la gente de que sembrara palma de aceite. El argumento: les traería más ganancias que la ganadería y los cultivos de maíz, frijol y arroz.
“Dijeron que era lo máximo”, recuerda. Como parte de los programas de gobierno se regalaron plantas y se repartieron subsidios: “Nos apoyaron para sembrarla, nos apoyaban con dinero (más de 2 mil pesos por hectárea, es decir, 100 dólares al tipo de cambio actual)”.
Durante cerca de 18 años, el gobierno federal, pero en especial gobernadores de Chiapas como Pablo Salazar Mendiguchía, Juan Sabines y Manuel Velasco, promocionaron la siembra de palma de aceite con una singular vehemencia.
Chiapas, decían, tiene las condiciones perfectas para que la palma aceitera prospere. Y es cierto: el estado cuenta con alta humedad —la planta requiere 1,800 milímetros de lluvia por año—, una altura menor a los 300 metros sobre el nivel del mar, una temperatura anual promedio de entre 22 y 28 grados centígrados, además de poco viento y mucha luz. La palma necesita más de 2,000 horas de sol al año, según el documento Planeación Agrícola Nacional 2017-2030 de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader).
Esas condiciones, sumadas al impulso que el gobierno estatal dio al cultivo, han llevado a que Chiapas sea el estado del país con la mayor superficie sembrada con palma de aceite.
Antes del año 2008, Chiapas no tenía más allá de 20,000 hectáreas con palma. Desde entonces, el número aumentó a más del doble: en 2019, la entidad registró 45,435 hectáreas, de acuerdo con los datos públicos del SIAP. Para 2022 esa superficie se incrementó a 57,000, según cifras de la Federación Mexicana de Palma de Aceite (Femexpalma).
Áreas forestales desdeñadas
En la región del municipio de Palenque, en donde Alejandro vive, al menos 180 personas decidieron sembrar palma aceitera en 1998. La mayoría —asegura— lo hicieron en potreros que usaban para criar ganado, otros reconvirtieron sus tierras agrícolas y unos más tumbaron sus acahuales, sitios que en el pasado fueron terrenos de cultivo o ganaderos, pero que se abandonan para dejarlos descansar; lugares en donde es posible encontrar selva joven, zonas en donde el bosque tropical busca ganar el espacio que perdió en el pasado.
Pese a su importancia ecológica, los acahuales no siempre son valorados como se debería, por lo que son muy susceptibles a ser deforestados.
“Se les desprecia porque no son la selva madura. Desde un punto de vista biológico, son selvas en crecimiento y, por ello, son áreas forestales muy importantes”, señala el biólogo Horacio Bonfil, especializado en el manejo integrado de ecosistemas.
Desde abril de 2020, con las reformas que tuvo la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, los acahuales ya son considerados en la legislación como terrenos forestales, por lo que si se desea desmontarlos es necesario solicitar a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) una autorización de cambio de uso de suelo forestal. Hacerlo sin tener el permiso es considerado un delito.
Los autores del estudio Cultivo de palma de aceite en México destacan que si bien las plantaciones de palma aceitera se han extendido principalmente en terrenos que antes se usaban para la ganadería, “también han reemplazado acahuales y, en menor medida, selva alta”.
En los análisis cartográficos y de imágenes satelitales que realizaron, los investigadores encontraron que en el caso de Chiapas se perdió selva alta, a causa de la palma de aceite, en los municipios de Benemérito de las Américas, Marqués de Comillas, Palenque y Salto de Agua.
La expansión de palmas de aceite se suma a las actividades —sobre todo ganadería y agricultura— que han contribuido a que la Comisión Nacional Forestal (Conafor) considere, por el avance de la deforestación, como zonas críticas a los municipios de Marqués de Comillas y Benemérito de las Américas.
Esta es una de las zonas del municipio de Benemérito de las Américas, Chiapas, en donde se ha detectado pérdida de cobertura forestal por la expansión de la siembra de palma.
Desde el 2001 y hasta el 2021, el municipio de Benemérito de las Américas perdió, al menos, 44 mil hectáreas de cobertura arbórea, de acuerdo con un análisis realizado por Global Forest Watch (GFW) y World Resources Institute (WRI-México) compartido con Mongabay Latam para este trabajo periodístico. En los mismos 20 años, Marqués de Comillas perdió 29,276 hectáreas de cobertura arbórea.
En su investigación, los autores del estudio sobre el cultivo de palma de aceite en México también identificaron que alrededor de 30 mil hectáreas de palma se sembraron en lugares que la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) considera como “regiones terrestres prioritarias” en Chiapas; espacios que se caracterizan por su gran biodiversidad y vitales para el equilibrio ecosistémico.
Además, se contabilizaron al menos 4,000 hectáreas de palma de aceite al interior del Parque Nacional de Palenque y, en especial, en la Reserva de la Biosfera La Encrucijada, área ubicada en la zona costera de Chiapas y que es considerada como sitio Ramsar, categoría que se da a los humedales de importancia internacional.
Quitar terreno a los manglares
“Los cultivos de palma de aceite están invadiendo lo que en el discurso oficial de la conservación son las áreas más importantes en cuanto a biodiversidad y que justamente tienen que ser reservadas”, dice Daniel Sandoval, coautor del estudio Cultivo de palma de aceite en México, con base en el análisis de imágenes de satélite.
Sandoval destaca que muchas nuevas zonas de expansión de la palma de aceite están dentro de la Reserva de la Biosfera La Encrucijada e identifica un perímetro de riesgo en la Reserva de la Biósfera Montes Azules, en la zona de la selva Lacandona.
En la última década, la expansión de palma de aceite ha sido más notoria en los municipios de Acapetahua, Mapastepec y Pijijiapan, los tres localizados en la zona costera y en donde se encuentra la Reserva de la Biosfera La Encrucijada.
El municipio de Pijijiapan, por ejemplo, tenía registradas sólo 315 hectáreas sembradas con palma en 2010. Ese número se multiplicó casi por diez para el año 2019, cuando ya habían 2,239 hectáreas, de acuerdo con los datos del SIAP.
Acapetahua —con poco más de 10 mil 800 hectáreas— y Mapastepec —con 8 mil 556— son los dos municipios que en 2019 tenían más superficie sembrada con palma de aceite en Chiapas.
La deforestación “no es de ahora”, insisten los productores de palma. “Eso tiene mucho tiempo”, asegura uno de ellos que tiene plantíos en la zona de la costa.
“Hay plantaciones que ya tienen como 20 años de antigüedad. Otras son más recientes”, dijo en marzo de 2021 el biólogo Juan Carlos Castro, director de la Reserva de la Biósfera La Encrucijada, en una entrevista con Mongabay Latam.
Castro señaló que diferentes programas de gobierno que han buscado “desarrollar a las comunidades”, a la larga sólo han provocado “deforestación, contaminación de ríos y división social”.
Para 2021, dentro de la Reserva de la Biósfera La Encrucijada, se tenían identificadas 4,000 hectáreas en donde se había sembrado palma. Incluso, dentro de la zona núcleo se contabilizaron 400 hectáreas. “Hay palmas —apuntó Castro— hasta en las orillas de los canales, lo cual no está permitido”.
Uno de los dilemas que se tiene dentro de la Reserva de la Biosfera La Encrucijada es cómo retirar aquellos plantíos que están en lugares clave para el ecosistema y en donde, por ley, no tendría que estar. “Se tienen que buscar opciones para la gente, porque además sale muy caro tirar una hectárea de palma”.
Tumbar una sola palma de aceite —no sólo cortarla, sino retirar el tocón con herbicidas, motosierras o maquinarias pesadas— puede llegar a costar hasta 100,000 pesos, es decir, 5 mil dólares, si se limpia el terreno a través de la quema, de acuerdo con Alejandro.
El director de la Reserva de la Biósfera La Encrucijada mencionó que la palma contribuye a que se pierda la vegetación nativa, como el zapotón, “una selva mediana que en el pasado tenía una distribución extensa en la región y que actualmente sólo queda en algunos espacios”.
Este monocultivo —desde la perspectiva de Castro— también provoca importantes cambios sociales: “Se ha dejado de lado la producción de autoabasto y el conocimiento tradicional. Se ha ido abandonando la milpa y eso hace muy vulnerable a la población. Ahora, esta región —con la pérdida de manglar— es más vulnerable a los impactos del cambio climático y si se llega a caer el mercado del aceite de palma, la gente no va a tener qué comer”.
Guadalupe Rodríguez, activista e investigadora de la organización Salva la Selva, resalta: “Sólo les dijeron que sembraran... Nunca les dijeron cuáles eran los perjuicios que esto traería con el tiempo”.
A principios de agosto de 2022, dependencias federales y estatales retomaron las acciones que desde 2018 se realizan para tener un plan de acción que permita reducir los impactos ambientales de la palma de aceite en la Reserva de la Biósfera La Encrucijada. La intención es formar alianzas entre empresas procesadoras de aceite, productores y gobierno, según un comunicado del gobierno estatal en donde no se precisan acciones concretas a partir de esas alianzas. Para este texto se solicitó entrevista con las autoridades de medio ambiente en el estado de Chiapas, pero no se tuvo respuesta.
De la Vega-Leinert enfatiza que no se debe olvidar que en las reservas de la biósfera —tanto en la región de La Encrucijada como en Montes Azules y Los Tuxtlas, en Veracruz— existen zonas de conservación estricta de la biodiversidad y otras que son de amortiguamiento, donde la agricultura está permitida.
“Ese es uno de los argumentos que se está utilizando y ahí hay un problema mayor: no está prohibida la palma, en el sentido de que es un cultivo que puede legalmente expandirse en una reserva de la biósfera porque no está considerado como un cultivo que pone a la reserva en peligro”, dice la especialista.
“Ahí hay un debate, pero otra cosa que no se puede negar, por ejemplo, en La Encrucijada es que por el mismo tipo de ecosistema está proliferando la palma también de manera natural, está utilizando los mecanismos de expansión natural. Así que no solamente se está plantando de manera consciente, sino que también la palma tiene una vida propia”.
En Campeche, denuncias contra empresas
Hasta 1997, la palma de aceite sólo se sembraba en Chiapas. Al año siguiente, las plantaciones se extendieron a Campeche, estado que al igual que Tabasco, contaba con poco más de 26,000 hectáreas con este monocultivo para el 2019. Veracruz también entra en el mapa de la palma de aceite con poco más de 7,200 hectáreas.
En la última década, Campeche es el estado en donde más se aceleró la siembra de palmas de aceite. En 2010, el municipio de Carmen tenía 2,900 hectáreas, para 2019 ese número aumentó a 12,815. En Candelaria se tenían 594 hectáreas en 2010 y 19 años después esa superficie creció a 4,254 hectáreas.
Candelaria es también uno de los municipios en Campeche que más cobertura arbórea ha perdido en los últimos 20 años: 162 mil hectáreas, de acuerdo con el análisis de GFW y WRI-México.
El municipio en donde más se ha incrementado la presencia de palmas de aceite es Palizada, al suroeste de Campeche: en 2010 había sólo 160 hectáreas. En 2019 se registraron más de 10 mil. En ese mismo municipio también se han dado denuncias por desmonte de terrenos en donde se han instalado plantaciones de palma.
A principios de 2021, el investigador Ricardo Isaac Márquez, de la Universidad Autónoma de Campeche, publicó el estudio La expansión del cultivo de palma de aceite en Campeche. De los pequeños productores a la agroindustria transnacional . Además de hacer una revisión de las políticas públicas que, al igual que en Chiapas, fomentaron la siembra de palmas, también presenta datos sobre el territorio en donde se instalaron estas plantaciones.
En el caso de Campeche, estado en donde hay poco más de 29,334 hectáreas sembradas con palma, el investigador señala que 16% de las plantaciones se establecieron en zonas donde había vegetación secundaria, es decir, en acahuales. Y 12% ocuparon terrenos con remanentes selváticos.
Además, el investigador recuerda lo que sucedió en el municipio de Palizada, al suroeste de Campeche. Desde 2014, se denunció a una empresa agroindustrial que, en ese entonces, tenía cerca de 4,500 hectáreas sembradas con palma. Las denuncias fueron por deforestación y contaminación de suelos, así como por incumplir con las regulaciones ambientales.
En abril de 2015, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) clausuró una plantación de palma aceitera que, de acuerdo con lo publicado en ese entonces por algunos medios, pertenecía a la empresa costarricense con presencia en México Palma Tica S.A. de C.V., que se instaló en 107 hectáreas sin contar con la autorización de cambio de uso de suelo forestal.
En una asamblea extraordinaria realizada el 22 de diciembre de 2014 —antes de la clausura por parte de Profepa— Palma Tica cambió de nombre a Palmeras Oleaginosas del Sur, según documentos del Sistema de Gestión Registral (Siger) de la Secretaría de Economía.
En 2018, representantes de Palmeras Oleaginosas del Sur solicitaron a la Semarnat una autorización de cambio de uso de suelo en el municipio de Palizada, Campeche. Este permiso les fue negado.
En marzo de ese año, la Profepa multó con más de 3 millones de pesos (alrededor de 148 mil dólares) a una empresa de la cual no se precisó el nombre en ese entonces, por realizar cambio de uso de suelo forestal en forma ilegal en 612 hectáreas de selva mediana y alta en el municipio de Palizada. Para este reportaje se solicitó entrevista con Palmeras Oleaginosas del Sur, sin embargo no se obtuvo respuesta.
Empresas extienden sus plantíos
En 2022, el pago por tonelada de fruta de palma de aceite se incrementó en México. La principal razón: la guerra en Ucrania, que limitó las capacidades de exportación de Malasia.
En enero, un mes antes de que iniciara el conflicto entre Rusia y Ucrania, la tonelada de aceite crudo se vendía en 26,000 pesos (1,323 dólares); a cada productor le pagaron la tonelada de fruta en 3,393 pesos (169 dólares). Tres meses después, en abril, se registró el pico más alto en la historia del precio de la palma: la tonelada de aceite crudo se vendió en 36,000 pesos (1,813 dólares) y la tonelada de fruta se pagó en 4,501 pesos (224 dólares).
Desde entonces, los precios han disminuido hasta llegar a julio con la tonelada de aceite en 31,000 pesos (1,573 dólares) y la tonelada de fruta fresca en 3,961 pesos (197 dólares).
Por ejemplo, Industrias Oleopalma ha adquirido aproximadamente 500 hectáreas en el municipio de Benemérito de las Américas, en Chiapas, para instalar una planta de procesamiento de racimos de fruta de palma y contar con plantaciones propias. “En los predios adquiridos no se realizó el cambio de uso de suelo forestal, ya que son predios que contaban con actividades agrícolas previas. Una parte contaban con la siembra de palma y en otra parte existió el cambio de actividad productiva (de ganado a palma)”, detalló la compañía vía correo electrónico.
Industrias Oleopalma es una empresa constituida en Jalisco, en mayo de 2017, pero que en 2020 se fusionó con Agroindustrias de Mapastepec (Agroimsa), Agroindustrias de Palenque y Palmicultores San Nicolás.
Pequeños productores de palma, entre ellos Alejandro, señalan que las empresas rentan o compran terrenos en diversos ejidos. Es ahí —aseguran— donde se está dando un cambio de uso de suelo forestal sin tener la autorización de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
Alejandro insiste en que no se cite su nombre real. Hablar de lo que ocurre hoy alrededor de la siembra de la palma, recuerda, puede traerle problemas.
Productores que, al igual que Alejandro, piden el anonimato denuncian que las compañías usan prestanombres para adueñarse de tierras ejidales o para rentar a los ejidos terrenos hasta por 20 años.
“Se están derribando (árboles) para sembrar palma”, dice uno de los productores de la región del Soconusco. “Esas grandes extensiones de tierra son de las empresas. Ellos son los que están haciendo esas áreas, derribando esas plantaciones, pero no es el pequeño productor”.
En el estudio Cultivo de palma de aceite en México, los autores alertan: “La creación de grandes plantaciones de palma de aceite, como de otros monocultivos agroindustriales, no sólo permite la concentración de la tierra en las manos de pocos actores, sino también el control de los recursos naturales, como el agua… Este fenómeno se acompaña frecuentemente del desplazamiento de comunidades campesinas y la transformación de los modos de vida”.
Jorge Coronel, gerente de sustentabilidad de la empresa Oleopalma, afirma que la prioridad de su compañía es generar una actividad económica. “Los tenedores o propietarios de esos predios están buscando una actividad por desarrollar que les dé una rentabilidad y, por tanto, unos ingresos para subsistir o cubrir sus gastos. Es importante tener el contexto desde una visión de un productor, olvidémonos si es palma, soya o cualquier cultivo, al final del día es propietario de una tierra y tiene la posibilidad de desarrollarlo”.
Grupo Propalma y Uumbal, empresas dedicadas al cultivo, producción, procesamiento y comercialización del aceite de palma en el país, también fueron contactadas para este reportaje, pero no respondieron a la solicitud de entrevista.
Malestar social hacia un monocultivo
“No más contaminación”. “Todos los seres vivos tenemos derecho a tener una vida llena de paz”. “Cuida la naturaleza para que protejas tu vida” . Estas fueron algunas de las frases escritas en las pancartas que se usaron en la manifestación que el 18 de febrero de 2022 se realizó en la comunidad chiapaneca de Crucero de Zamora Pico de Oro, en el municipio de Benemérito de las Américas, muy cerca de la frontera con Guatemala.
Con poco más de 8,700 hectáreas, el municipio de Benemérito de las Américas es el tercero con más superficie sembrada con palma de aceite en Chiapas.
Ese día de febrero, unas 2,000 personas recorrieron cerca de 10 kilómetros para protestar por las plantaciones de palma aceitera y, en especial, en contra de las descargas de aguas residuales que realizan las empresas procesadoras de aceite.
Habitantes de la comunidad exigieron la suspensión de operaciones de las empresas que procesan aceite de palma por considerar que contaminan el ambiente. Además, solicitaron a las autoridades atender sus reclamos: “Hemos presentado denuncias ante Semarnat, ante la Secretaría de Medio Ambiente del gobierno del estado, ante la Profepa; todos ya abrieron expedientes”, explica Javier Balderas, asesor jurídico de la comunidad.
Balderas resalta que sus denuncias tienen ya varios años: “Van caminando peor que una tortuga y nos dicen que sí hay grandes afectaciones, que esas empresas no cumplieron con la ley, por ejemplo, con la Manifestación de Impacto Ambiental. ¿Qué esperan para clausurarlas? Siempre dicen que no es tan fácil”.
¿La certificación es una solución?
Hasta 2020, en México funcionaban 18 plantas extractoras con la capacidad de procesar 467 toneladas de racimos de fruta fresca por hora. De acuerdo con el Anuario Estadístico 2021, de la Federación Mexicana de Palma de Aceite (Femexpalma), 12 de las plantas estaban en Chiapas, tres en Campeche, dos en Tabasco y una en Veracruz; el aceite que se produce en estas plantas se vende a empresas como Cargill, Nestlé y Pepsico.
La producción nacional de aceite de palma —299 mil toneladas en 2020— no cubre la demanda que hay en el país para este producto —709 mil toneladas— , por lo que se importa aceite de Costa Rica, Guatemala y Colombia. En estos dos países se han documentado denuncias contra las empresas palmicultoras por malas prácticas ambientales.
En la actual administración de Andrés Manuel López Obrador no hay claridad sobre el futuro que tendrá la producción de aceite de palma en el país. Por un lado, este cultivo se considera en la Planeación Agrícola Nacional 2017-2030, pero desde 2019 “este gobierno desapareció todos los apoyos que iban directo a palma”, enfatiza José Luis Méndez Hernández, presidente del Consejo Estatal de Productores de Chiapas.
Además, la palma de aceite no forma parte de las especies que se promueven como parte de Sembrando Vida, uno de los principales programas de gobierno del sexenio.
Es en este escenario en el que la Mesa Redonda para el aceite de palma Sostenible (RSPO por sus siglas en inglés), busca aumentar su presencia en México. La RSPO es una organización sin ánimo de lucro que une a diferentes sectores de la producción de aceite de palma para desarrollar e implementar estándares globales de sostenibilidad para este producto. Sin embargo, en varios países, entre ellos Perú, esta certificación ha recibido críticas y señalamientos de que no ha logrado detener las afectaciones al ambiente.
“La certificación es un mecanismo de lavado verde”, afirma tajante Guadalupe Rodríguez, de la organización Salva la Selva. “Tienen montones de denuncias de cosas que están mal hechas... Tienen casos demostrados y denunciados de que, a pesar de ser certificado el monocultivo, siguen usando pesticidas, violando derechos humanos y desplazando a la gente”.
Al respecto, RSPO respondió por correo electrónico que sus lineamientos “han evolucionado para convertirse en uno de los estándares de certificación de sostenibilidad más rigurosos a nivel mundial”. Además, agregó, es miembro de ISEAL Alliance, “lo que demuestra el compromiso de establecer estándares sociales y ambientales sólidos y creíbles”.
En 2018, México inició un procedimiento de interpretación nacional de los principios, criterios e indicadores de RSPO, que incluye que no se utilice el fuego para preparar la tierra antes de la siembra de palma y tiene como objetivo que los desarrollos futuros de palma aceitera se realicen sin perjuicio ambiental. El proceso concluyó en junio de 2020. “Hubo mucho conflicto, a mí no me gustó para nada el documento que sacaron”, destaca José Luis Mendez Hernández, presidente del Consejo Estatal de Productores de Chiapas.
Específicamente, dice el productor, faltó profundizar en los requisitos que deben cumplir los terrenos en donde se puede instalar las plantas extractoras. “Hay extractoras en puntos no deseables y el documento ya no lo dice. Eso no se vale, porque nos desgastamos haciendo ese documento para que al final no lo incluyeran”, comenta Mendez. De acuerdo con RSPO, la unidad de certificación comprende el molino de aceite de palma y su base de suministro.
Mientras tanto Alejandro, como otros pequeños productores, ya se están informando sobre cuáles son los requisitos para certificar sus plantaciones. “Nos vamos a tener que certificar porque (las empresas que nos compran el fruto) quieren que nos certifiquemos, porque después no nos van a comprar la fruta. Muchos no le hemos entrado, pero nos están presionando”.
Alejandro sólo espera que la certificación no implique desembolso de dinero; sobre todo porque quiere seguir aprovechando la bonanza que hoy tiene la palma aceitera.