Bryan no duda de sus pasos, los tiene bien aprendidos. Conoce bien la colonia Gustavo Díaz Ordaz. Esta tarde, está solo en la cancha de futbol a un costado del arroyo El Arenal. Quería jugar una cascarita, pero la lluvia ha alejado a los niños, así que aprovecha para platicar. Dice que le avisó a su abuela que salía de su casa, que recorrió calles sin banquetas, cruzó baldíos y casas a medio construir, sorteó perros y choferes desenfrenados para llegar a la cancha.
Como siempre lo hace, Bryan enfrentó solo esos obstáculos en uno de los asentamientos más pobres del poniente de Ciudad Juárez, pues aunque vive con familiares, en realidad no tiene a nadie.
En su casa, la historia se repite. No es como cualquier niño de su edad al que atienden sus padres. Bryan es huérfano y él mismo dice que ha tenido que aprender a cocinar un huevo, freír papas, calentar tortillas y “hacer la chichi” para los bebés que viven con él, como le llama a preparar el biberón con agua, azúcar y leche en polvo.
Cuenta que tiene nueve cicatrices en su pierna izquierda, las mismas que años de vida. Insignificantes en comparación con las heridas grabadas en sus ojos, inenarrables en un niño para quien la violencia ha sido la vida misma y tiene que aprender a vivir con ella.
A los cinco años le dijeron que su mamá había desaparecido. Pero la infancia de Bryan no se esfumó ese día. Ya había acabado dos años antes, cuando a unas cuadras de su casa, observó el cuerpo ensangrentado de su papá, recién asesinado por hombres armados que dispararon desde su vehículo.
En ambos casos no hay responsables encarcelados ni investigación, sólo silencio e indiferencia. Una desaparición más y una muerte más en los registros de Ciudad Juárez.
La violencia le arrebató su infancia. Tuvo la mala fortuna de crecer en la que fue la ciudad más violenta del país. Una violencia que no sólo vive en el recuerdo de sus padres. Está hoy en las peleas de primos, tíos y familiares. Con más de 10 personas durmiendo en un mismo cuarto y compartiendo camas, la convivencia entre paredes de adobe es insoportable. Bryan confiesa que puede acostumbrarse a las goteras, a compartir colchón y a los llantos de los bebés, pero no soporta los gritos de su tío Chuy, que “se pone loco” con inhalantes o drogas.
Por eso, en cuanto cuando puede, Bryan sale de casa, se va a la calle. Lo mismo hace su abuela Irma ─a cargo de Bryan y de sus tres hermanos tras la desaparición de su hija Marisela el 26 de mayo de 2011─, y quien sin reparo dice que prefiere trabajar doble turno en la maquila con tal de no volver a casa.
A ella se le han agotado las fuerzas. Su energía se esfuma entre la maquila, su casa, sus nietos, la pobreza y la búsqueda de su hija Marisela.
Mientras Irma sigue en sus batallas diarias, Bryan se dedica a sobrevivir. Antes de las 8 de la mañana sale a la primaria sin desayunar, lleva 10 pesos para comprar un burrito y un jugo durante el recreo, pero cuando no hay tanto dinero negocia con algún amigo y comparten el lonche. No vuelve a probar bocado hasta su casa, donde casi siempre hay pasta o frijoles cocinados por la abuela antes de ir a trabajar.
Bryan nació en 2006, cuando la violencia por el crimen organizado y su combate se fue incrustando en los problemas sociales que ya existían en Ciudad Juárez. En 2008, 2009 y 2010 se convirtió en el lugar más peligroso del mundo por la cantidad de asesinatos, de acuerdo con informes del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y del gobierno de Estados Unidos. Sólo en 2010, la fiscalía estatal contabilizó 3 mil 103, un promedio de 8.5 diarios.
La violencia extrema rompió la frágil estructura social de esta frontera cuya apuesta de desarrollo es dar mano de obra barata a la industria maquiladora. La convivencia social y familiar se trastocó. Se perdió incluso la vida de los más pequeños. En 2010 hubo 20 asesinatos de niños y niñas de 0 a 5 años, una tasa de homicidios de 12.4 por cada 100 mil menores, cuando a nivel nacional fue de 1.5, según la Secretaría de Salud y del INEGI. Ese año la violencia se ensañó con los jóvenes: 62% de los 298 homicidios de adolescentes de 12 a 17 años ocurridos en Chihuahua fueron en Juárez.
En los hogares se reprodujo el entorno violento de las calles. En 2006 la tasa de menores de 14 años que experimentaban violencia intrafamiliar en Chihuahua era de 18.3 por cada 100 mil. Para 2012 fue de 78.7: en seis años la tasa creció 329%, de acuerdo con la Secretaría de Salud. En 2014, la Subprocuraduría de Asistencia Jurídica y Social de Chihuahua atendió a 329 menores de edad por abuso sexual, 219% más que en 2013, y en ese periodo, la dependencia tuvo 30% más casos de maltrato físico.
La UNICEF y la Cruz Roja han documentado que en situaciones de extrema violencia los menores de edad reciben los efectos más devastadores.
La de Bryan es una generación de niños y adolescentes marcada por la violencia desorbitada y sistemática de un lustro, por una “guerra”, como le llaman los juarenses a ese periodo de 2007 a 2012. Es por eso que Catalina Castillo, directora de la OPI –organización con décadas de trabajo en las colonias más pobres de la ciudad–, considera que hoy viven bajo la sombra de esa guerra. “No exagero al hablar de posguerra”, apunta, “la atención de los niños es el último eslabón por el que lucha una familia en Juárez”.
La Red por los Derechos de la Infancia en Juárez advierte sobre la ausencia del Estado para velar por lo más básico, como el derecho a la vida, a la educación, a la familia, a la supervivencia, al desarrollo saludable, a la alimentación.
La protección de los menores no es prioridad. Si en 2013 había 73 Centros de Bienestar Infantil, un año después quedaban 58 que sólo atendían al 2% de los 282 mil 220 niños en edad de ocuparlos. Lo mismo ha sucedido con las escuelas de tiempo completo y los comedores comunitarios, que van a la baja.
El derecho a la educación tampoco está garantizado. El censo 2010 del INEGI revela que 54 mil 595 menores de entre 3 a 5 años no asistían al preescolar por falta de infraestructura. El mismo censo arrojó que poco más de 21 mil jóvenes de 15 a 17 años no estudiaban. Por si fuera poco, en la escuela también se reproduce la violencia: 70% de los estudiantes de entre 12 y 29 años sufrieron delitos o actos de maltrato, según la Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia 2014 (Ecopred).
Ante el desastre social, los gobiernos buscaron intervenir con acciones a corto plazo y temporales. De la Estrategia Todos Somos Juárez, impulsada por Felipe Calderón, no hay evaluaciones, reconoce Eunice Rendón, funcionaria que trabajó en su aplicación, y quien además reconoce que los riesgos para los menores no han desaparecido.
La violencia sigue carcomiendo a Ciudad Juárez: en 2014 se cometieron 424 homicidios dolosos y 214 en los primeros ocho meses de 2015, según la fiscalía estatal.
“Tenemos una factura que se empieza a cobrar: adolescentes cometiendo delitos de alto impacto cuya historia de vida está trastocada por este pasado reciente violento”, explica José Luis Flores, director de la Red por los Derechos de la Infancia en Juárez, quien considera que esto sólo es el principio, pues una segunda generación de menores está viviendo con los mismos factores de riesgo y violencia con la que crecieron muchos de los adolescentes que hoy roban o asesinan.
Para Nashieli Ramírez, de Ririki Intervención Social, los gobiernos y los adultos quieren olvidar la violencia de los años pasados sin responder algo fundamental: “La gran pregunta que nos hacemos hoy en Ciudad Juárez es ¿qué va a pasar con estos niños, con esta generación marcada por la violencia?”. ¿Qué va a pasar con Bryan?