Una joven de ese estado narra cómo ha crecido entre asesinatos, paranoia, extorsiones y medios que reflejan la violencia sin sensibilidad. Cómo en su ciudad, centro turístico, el miedo es un huésped que llegó para quedarse. “Me niego a normalizar las condiciones en las que vivimos”.
Ecatepec, Coacalco, Tecámac. Las zonas del Estado de México colindantes con el Distrito Federal están cercadas por el crimen organizado. La forma de protegerse es cerrar colonias, organizarse para acompañarse a cualquier traslado y unirse a grupos de Facebook para conocer las situaciones de riesgo.
Con miedo, pero hastiados de ver a jóvenes muertos o secuestrados, vecinos en Morelos crearon redes solidarias. Compartieron teléfonos, acompañaron a los más chicos a las paradas de autobuses. Son acciones que no paran la delincuencia, pero el respaldo mutuo los ayuda a sentirse fuertes.
Mes con mes, personas armadas llegaban a cobrar al negocio o a la casa de una familia de la capital, territorio pacífico en apariencia, comparado con lo que ocurre en el resto del país. Ellos tuvieron que huir, el hogar quedó abandonado y el patrimonio de toda una vida se perdió. Los extorsionadores siguen libres.
En este estado, el ‘derecho de piso’ no es la única manera de extorsionar a los propietarios de negocios. El narco obliga a algunos a vender droga a cambio de dinero y protección. Negarse es jugarse la vida y con ello, romper a las familias, que jamás recuperan la tranquilidad.