Foto: Cuartoscuro
El primer hecho violento del que tengo memoria fue en diciembre de 2007. Habían matado a un hombre dentro de un hospital de Taxco y la noticia resonó en mi ciudad. Taxco es una ciudad con más de 50 mil habitantes, pero es un "pueblo", por lo que el suceso fue de boca en boca hasta llegar a mí
Lo siguiente fue una cosa que al principio no comprendí. Tomaba todos los días el transporte a la escuela secundaria, ni siquiera había amanecido aún, pero en la carretera había una camioneta abierta con las luces encendidas, el piso estaba mojado, lo recuerdo porque pensé que no había llovido esa madrugada y me resultó extraño, después me enteraría de que dicha humedad era en realidad sangre.
Mi novio, que en aquel tiempo trabajaba en un periodiquito del municipio, me lo contó, pues lo habían llamado a mitad de la madrugada para acompañar a un muchacho a tomar fotos de los cuerpos que habían quedado ahí. Él no tenía más de 17 años.
En una ocasión nos dejaron encerrados en la secundaria, estuvimos ahí una hora y media más después de nuestra hora de salida, había ocurrido un tiroteo a escasos metros de la escuela y los profesores prohibieron la salida a cualquier alumno.
Un suceso que la mayoría de los taxqueños recuerda ocurrió el Jueves Santo de 2009, cuando conocí lo que era el pánico en el rostro de una persona. La Procesión de los Cristos, típica de esas fechas, se dispersó. La mayoría de los que la acompañaban huyó excepto por los que cargaban las imágenes sagradas y los penitentes, que llevan rollos de espinas sobre sus hombros. La gente hablaba de hombres encapuchados disparando al aire, levantando las capuchas de los penitentes para revelar su identidad.
Hace dos años iba rumbo a mi casa cuando, al dar la vuelta a la calle, había una patrulla impidiendo el paso. Le pregunté a una señora si sabía qué había pasado y me contestó que se habían escuchado balazos y parecía que habían matado a alguien. Llena de ansiedad, me las arreglé para entrar por otro callejón. Fue tranquilizador cuando llegué a casa y comprobé que toda mi familia estaba ahí y estaba bien. Ni siquiera vivo en una zona que pueda considerarse peligrosa.
Otra cosa, que ahora veo como algo gracioso, es aquella vez que no me dejaron salir de la casa durante mi fiesta favorita, qué es el Día de Muertos, porque en la mañana algún inepto llamó diciendo que tenían la casa vigilada desde su camioneta (poco probable ya que vivimos en medio de un caserío sin salida directa a la calle) y que secuestrarían a mi hermana (sabía su nombre) si no les depositábamos una fuerte cantidad de dinero (que obviamente no teníamos). No pasó más allá del susto, pero aún lo cargo en la memoria.
Desde hace algunos años que conozco el morbo y el amarillismo. Todos los días paso por puestos de periódicos, donde veo páginas exhibiendo imágenes qué sólo podrían estar en contexto en un libro de criminología o un expediente de un peritaje. Veo en esos cuerpos sin vida reflejada mi propia mortandad. Me desagrada y a veces siento que soy la única a la que le provoca disgusto o tristeza, que le parece una falta de respeto para la persona que alguna vez ocupó ese cuerpo. Yo no puedo entregarme a la indiferencia o normalizarlo.
Yo no puedo sentirme normal o indiferente cuando alguien que conozco desaparece y, en la mayoría de los casos, no regresa. No me siento normal cuando mi madre me recuerda que "en sus tiempos" los niños podían jugar hasta la madrugada en la calle, que el único peligro que corría una muchacha al salir en la noche era que se la robara al novio.
No me siento normal viviendo con paranoia, pensándome todo el tiempo perseguida y acechada. No creo que sea normal tener repetidas pesadillas en las que me arrancan a mis padres, a mis hermanas, a mis tíos, a mi pareja y no puedo tenerlos de vuelta porque lo único que tengo es la impotencia.
No, no es normal que mi primo de 10 años piense que de grande quiere ser narco, tampoco lo es que la gente vaya por la calle escuchando corridos que relatan las “hazañas” de la delincuencia. Esos corridos me parecen una burla para todos aquellos que perdieron a alguien y para los que tememos nos pase lo mismo. Veo nuestra fragilidad cuando las historias pasan a ser cifras en un conteo. Es increíble la apatía de algunas personas que justifican la muerte de seis personas y la desaparición forzada de 43 estudiantes en la ciudad vecina por “andar de revoltosos”. Creo que intentan convencerse de que la tragedia no los alcanzará mientras no se muevan y callen.
Taxco es una ciudad turística, es evidente que nuestras autoridades intentan hacerla parecer con una realidad distinta, una isla paradisíaca en el mar de horrores que hemos vivido en Guerrero desde 2006, cuando inició esta guerra inútil.
El Gobierno de mi ciudad tiene una campaña mediática para promocionar Taxco. Desde que la echaron a andar los sucesos violentos se han reducido (y si no se han reducido parece haber cierta discreción). Nos da la impresión de que vivimos un poco más a salvo y sé que seguramente no podré vivir sin miedo o por lo menos con la seguridad con la que me sentía cuando tenía 13 o 14 años el resto de mi juventud, pero a pesar de ello me siento afortunada.
Amo mi ciudad a pesar de todo y realmente pienso que es un buen lugar para vivir y no sólo un refugio que ha sido creado con el propósito de ser visitado. Me niego a normalizar las condiciones en las que vivimos muchos, pero también aprecio que no he sido desplazada del lugar en el que vivo por la delincuencia, que no he sido secuestrada y que tengo a mi familia conmigo, que nadie cercano ha fallecido en condiciones poco humanas, que no he experimentado el terror en carne viva. Aprecio incluso las cosas banales como poder ir por un café caída ya la noche, agradezco mi posición de ciudadana promedio en un país en el que los límites, cada vez son más difusos.